Recuerdo muy bien la llamada de Héctor Rincón proponiéndome ser el fotógrafo de un nuevo proyecto, recorrer junto a Wade Davis el río Magdalena para hacer un libro sobre el gran río de Colombia.
Han sido dos años del trabajo soñado, de cientos de anécdotas para saborear y aprendizajes que me quedan para toda la vida. Con el equipo de Savia Botánica viajamos a lo largo del río desde su nacimiento en el Páramo de las Papas hasta su desembocadura.
En los próximos meses nos reuniremos a organizar, editar y diseñar el libro que se publicará el próximo año.
No se me olvidan los días en mula cruzando el macizo bajo la lluvia para llegar a San Agustín, o los gritos de euforia de Wade mientras tomábamos fotos en el muelle de Mompóx con una tormenta eléctrica al fondo, ni la parranda en un bar flotante de Nueva Venecia, o la noche con los pescadores de cometa en el Tajamar.
El pasado febrero tuvimos el último viaje de reportería para el libro, fuimos invitados a presenciar un pagamento (ofrenda) de los mamos arhuacos en uno de los lugares sagrados de la llamada línea negra, en Bocas de Ceniza donde el Magdalena termina y se une al mar Caribe, un cierre perfecto para el material fotográfico y conceptual del libro.
Gracias a la larga amistad de Wade con ellos, fui a Nabusimake para grabar algunos mensajes que los mamos tenían acerca del río, del agua y de la manera de relacionarse con la naturaleza. Era mi primera vez en la Sierra Nevada. Todo nuevo para mi.
Durante cuatro días mi amigo Jaison me fue enseñando y explicando detalles de la manera de vivir y pensar de los arhuacos.
A medida que caminaba por la sierra y después de todo lo que me ha pasado en estos dos años en el proyecto del Magdalena, fui sintiendo una conexión nueva y muy bonita con el orden de las cosas, también con mi vida personal y profesional.
Tenían razón, la Sierra es mágica. Estuve pocos días, no sé nada aún, pero quedé timbrado y quiero volver.