Llamas, flores, ataúdes, puentes explotados, cielos y nubes, fotos de desaparecidos, montañas, miradas tristes, pies descalzos, almas descubiertas. Por décadas, la guerra ha dejado huellas que se posan como evidencias del sufrimiento de un pueblo.
Mujeres, indígenas, niños, campesinos y soldados, se asoman ante el mundo en cuadros macondianos después de un destierro o una masacre paramilitar, tras una explosión causada por la guerrilla, en búsqueda de amados desaparecidos a manos del Estado y los mismos ilegales, o después del estruendo y la muerte que las armas a manos de sicarios y combos de ciudades dejan a su paso.
En Colombia, las caras del horror de la guerra tienen también forma de mina antipersonal, de calvarios de soledades y peregrinaciones, de entierros y velorios en campos y ciudades. Durante más de medio siglo, el conflicto armado interno ha dejado más de 220 mil muertos, la mayor parte civiles. Los sobrevivientes resbalan la mirada al suelo cuando lo han perdido casi todo para más tarde levantarse con un poco de lo que la guerra, pese a sus garras, no les quita: la esperanza. Sufrir en medio del desconsuelo y al mismo tiempo sufrir entre resistentes que, como sus padres o abuelos, vivieron las violencias de guerras de miles de días que desde el siglo antepasado han marcado la historia del pueblo colombiano.
Siete millones de desplazados y 45 mil desaparecidos superan las cifras de las dictaduras y de cualquier guerra en el mundo. Secuestros en campamentos guerrilleros hasta por quince años sólo se han visto en Colombia. Lágrimas y sangre han dejado heridas en la piel de los colombianos quienes, bien sea por acción del Estado, los paramilitares o las insurgencias, también han aprendido a sanar y perdonar. Los más humildes, en apartados lugares lejos de las urbes donde se toman las decisiones, echan mano del baile, la escritura, el color y todo aquello simbólico que les ayude a hacer memoria y homenaje a quienes el conflicto armado se tragó para siempre. Velas que invocan la vida de aquellos que se marcharon y flores frescas en tumbas y campos abiertos nos recuerdan que más allá del sufrimiento habrá un momento para descansar.
Katalina Vásquez G. Periodista.