Welcome to Pabloland

El 22 de febrero de 2019, la Alcaldía de Medellín implosionó el mítico edificio Mónaco, que fue la casa del narcotraficante Pablo Escobar y su familia. Con esa decisión, los políticos locales pretendían arrancar de la memoria colectiva la fama del capo y, también, la costumbre de los turistas por buscar sus huellas.
Sin embargo, parece que Escobar se ha convertido en un arquetipo, en la imagen del hombre sublevado latinoamericano, en el narcotraficante que logra poner en jaque al “imperio”: todo un cliché.

Los más conservadores calculan que Pablo Escobar mató a más de cuatro mil personas —carros bomba, voladura de aviones, asesinatos selectivos—, esto sin contar los cientos de secuestros, amenazas y extorsiones, por esto para muchos colombianos es increíble que el capo sea sujeto de curiosidad y veneración.
Cada día Medellín recibe turistas que quieren ver la tumba, la cárcel de la Catedral y andar sobre los pasos del extinto capo; los ciudadanos se han encargado de hacer rutas turísticas, fabricar dobles imposibles y empezar pequeños museos que exaltan a Escobar como si se tratara de un santo.

En Medellín parece existir una exaltación del narco, la mitificación de una actividad que —supuestamente— le permitía a los menos favorecidos alcanzar una cumbre imposible.

Pablo creó una cultura mafiosa que sigue viva en la ciudad.